20080426

EN MOVIMIENTO – Deriva en la Capital

De nuevo en Bogotá. Aprovecho mi visita caminando a la Candelaria, paso por la Jiménez, y tristemente, aquella corriente continua de agua, rescatada del subsuelo, está estancada, sucia, dejada. Sigo en busca del Centro Cultural Gabriel García Márquez, uno de los últimos edificios diseñados por el arquitecto Rogelio Salmona. Tengo la certeza de su ubicación cerca del Museo de la Moneda y la Luis Ángel Arango, voy a la deriva entre esquinas y aleros, entre pequeñas calles con andenes angostos y casas viejas, recuerdo visitas pasadas con amigos y sus noches de fiesta.

Giro a la derecha y lo encuentro. Es un edificio en movimiento. Hay gente arriba, al lado, abajo, al fondo; todos caminan en torno a un patio circular. Como es mi costumbre al visitar su obra, juego al “laberinto”, persigo pistas: a donde lleva esta escalera, este corredor, este salón, (suena el agua). Reconozco todas las salidas, las conexiones, las entradas de luz. Descubro que en su terraza son protagonistas los cerros y la Catedral Primada. Todos los niveles están vinculados por patios, ventanas, rampas. Está concebido desde el vacío. Palpo la madera, el cemento blanco y el ladrillo, materia base de su movimiento.

Identifico la obra de Salmona como arquitectura contemporánea de transparencias, simultaneidades, contrastes y movimiento, bajo una geometría básica de círculos, cuadrados y diagonales. Son textos complejos de múltiples miradas, recorridos. Como alguna vez leí en Nietzsche, textos (obras) para rumiar, para repasar, para volver, no existe un ángulo visual que de unidad formal, una imagen total, no, son varias, yuxtapuestas, dispersas. Ante esto la fotografía es obsoleta, está impedida, para registrarla requerimos del tiempo, de un gran angular, de un zoom cercano (al piso, al ladrillo) y un zoom lejano (al campanario, al cerro…) y todo alternado.

Satisfecho, salgo del juego, salí del laberinto. Ya casi anochece y bajo al Parque de Bolívar pensando encontrar un taxi que me lleve a Chapinero. Sin embargo, la capital vuelve a sorprenderme. La carrera Séptima que bordea el parque es un “Río de Gente”, no es una manifestación, ni una maratón, todos caminan, están tranquilos, están de “paseo”. Esta calle es ancha y permite que mimos, malabaristas, y bailarines se aprovechen de ella, abusen de ella, y alrededor de cada escenario urbano (sin tablados, sin grandes amplificaciones ni luces) se conforman grandes círculos de personas; círculos que ríen, que gritan, que aplauden. Desde arriba deben verse como un collar de círculos cambiantes, que se unen, se dividen, se engrosan y desaparecen. Voy recorriendo, “paseando” tangencial a estos cercos humanos, mientras veo abierto el comercio de los edificios, filas en el teatro para la próxima función, ventas temporales con múltiples surtidos, padres y madres con hijos, parejas de la mano, policías vigilantes, punkeros aislados entre gente… y más gente, todos en la calle.

Extrañado pregunto a una guía vestida con chaqueta amarilla que sucede. Me dice que todos los viernes se cierra el paso de vehículos en la Séptima desde el Parque de Bolívar hasta la torre Colpatria. Es así como durante unas horas, ya cansada del día y de la semana, esta calle cambia, se relaja, se quita el “cachaco”, deja su forma lineal tensa y funcional permitiendo una secuencia de eventos culturales en cada cuadra: grupos de jazz “afuera” de un centro comercial, bailarines de tango al borde del andén, gaiteros en unas escalas, orquestas tropicales entonando cumbias bajo un gran umbral… Me detengo en el memorial a Gaitán y leo “… el legítimo empeño humano de avanzar hacia mejores destinos…” (más movimiento: en un edificio, en una calle, en un texto).

Poco a poco baja el caudal, la noche cubre toda la Séptima, la torre Colpatria se baña en colores chillones y me retiro en taxi a chapinero.

imagenes C.C. Gabriel García Marquez

En recuerdo del profesor Jorge Perez, Facultad de Economía UdeA.